“Hay que poner orden”, ha dicho Sáenz de Santa María dirigiéndose a los municipios, con el desparpajo y el aplomo que expresan los ricos y sus aliados cuando saben que no hay contrapoder social en el horizonte con fuerza suficiente como para poner dique a sus excesos.
Porque, lo que es un desorden es que los municipios deban unos 60.000 millones de euros a los proveedores, a cuenta de los déficits históricos de financiación de los ayuntamientos. Pero no lo es que el Estado entregase -sin saldar antes su deuda histórica con el municipalismo y sin contraprestación alguna- 80.000 millones de euros a la banca para cubrir sus agujeros especulativos, después de décadas de ascenso continuado en sus beneficios.
En medio de todo, atrapados, los cientos de proveedores, pequeñas empresas e incluso profesionales independientes con los que los Ayuntamientos han contraído innumerables deudas contribuyendo de esta manera a su estrangulamiento económico.
Tener deudas hoy se ha convertido en cosa de gentes sospechosas de malvivir y peor gastar, que como poco merecen ser desahuciadas y hasta culpabilizadas por la crisis. Pero no siempre fue así. Endeudamiento fue la fórmula propuesta a Grecia para que pudiese financiar las inversiones alemanas en su territorio. A endeudarse fue a lo que se animó a miles de familias para comprarse una vivienda y financiar el milagro del crecimiento y el consumo basado en el ladrillo y el crédito a bajo interés en un país en el que las rentas del trabajo venían perdiendo puntos desde los años 70 y no dejaron de hacerlo siquiera en época de vacas gordas. El crédito barato estuvo en la base del modelo propiciado por Aznar y el PP-luego continuado por Zapatero y el PSOE- durante los años del festín neoliberal. -> Sigue leyendo