Luigi
Pintor (*)
Il
Manifesto, 30 de mayo de 1999
Está
en curso una guerra menor. No es la guerra balcánica sino una guerra
llevada a cabo por los animalistas, que quieren liberar a las
gallinas de la tortura a escala industrial (guerra humanitaria) y
algunas personalidades de la izquierda que defienden la primacía del
mercado y la tecnología (guerra étnica).
No
lo sabía y tampoco éste periodico (me parece) se ha dado cuenta.
Sin embargo, es una bella metáfora de los tiempos que vivimos, rica
de implicaciones, que merecería uno de nuestros números especiales.
Muy bella, salvo para las gallinas.
Se
sabe que estas aves inofensivas y serviciales son criadas (son
femeninas) en cajas a oscuras, en pequeños y funcionales lager a
medida, porque así ponen más huevos a menor coste. El principio es
el de la cadena de montaje fordista y charlotiana (Tiempos modernos).
Sin embargo, en nuestro caso, es una técnica muy cruel referida a
una especie inferior que se presume insensible y que nunca hace
huelga. Como ocurre con los gansos ensartados en tierra para engordar
su apreciado hígado.
Los
animalistas forman parte de los últimos utópicos que luchan por
causas perdidas. Simpatizo con ellos y cada cual puede pensar lo que
crea. Pero el lado más fascinante de esta historia sobre la que
llamo la atención es que la izquierda revolucionaria, aquella
socialista, católica y liberal (a través de sus competentes
exponentes respectivos) haya alcanzado finalmente su unidad y
combatividad planteándose como objetivo y denominador común a las
gallinas en comederos trampas.
Las
cuales no sé si son sensibles, pero siendo animales y no máquinas
(salvo en el sentido en el que todos lo somos) se destinan a poner
huevos viviendo, sin embargo, su vida natural como nosotros vivimos
la nuestra. En el campo las miro corretear entre las ovejas y las
cabras y vivir pacíficamente con los gatos, me como con gratitud sus
huevos aún calientes sin fecha de caducidad a quinientas liras el
par y no me parece que sean tan cretinas cuando las veo sortear a los
coches dando tumbos pero con más destreza que los gatos y los
puercoespínes.
Marginalmente
diré que la gallina, como ser en sí y para sí, merecería un
respeto especial desde el punto de vista biológico, metafísico y
teosófico, porque apela al misterio de los orígenes: no se ha
resuelto aún si fué antes el huevo o viceversa. Pero esto no viene
a cuento.
Hay
que estar perdidamente enamorado de las lógicas de mercado, en
verdad, para unirse a la causa de la producción en serie de huevos
en cajas. Productivismo más tiranía, una síntesis completa de
capitalismo avanzado y socialismo real. Y con música de fondo, según
me aseguran.
¿Qué
tendremos que hacer para encontrar un “común sentir” sobre la
desplumada condición humana si no lo encontramos sobre la condición
de los bípedos emplumados? Me posiciono decididamente con estos
desgraciados o más bien con aquellas desgraciadas. No quiero ni
siquiera hervir un huevo con una izquierda no sólo eurocentrica sino
también antropocéntrica.
(Traducido por konkreto)
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(*) Luigi Pintor fue un peridista, y escritor, italiano, fallecido en mayo de 2003. Fundador del periodico Il manifesto, junto con Rossan Rosanda. Diputado del PCI en el Parlamento Italiano, fue miembro de esta partido hasta 1969 en que fue expulsado por disidencias con el grupo dirigente mayoritario. Autor de obras como
- Servabo. Memoria di fine secolo, Torino, Bollati Boringhieri, 1991. ISBN 88-339-0610-8; Nuoro, Il maestrale, 2004. ISBN 88-86109-68-7.
- La signora Kirchgessner, Torino, Bollati Boringhieri, 1998. ISBN 88-339-1124-1. (Traducida y publicada tambien por la Asamblea Local de Iquierda Unida.
- Il nespolo, Torino, Bollati Boringhieri, 2001. ISBN 88-339-1311-2.
- I luoghi del delitto, Torino, Bollati Boringhieri, 2003. ISBN 88-339-1491-7