...A la vícitmas de Gaza y Ucrania en guerra
A mi abuela Rafaela
Como figura viajando desde un paisaje adolescente, me salió al encuentro una mañana de septiembre en la línea 6 del servicio público de autobuses madrileños. De edad, seguramente mas allá de los 70, aspecto modesto y pulcro, de riguroso negro, mirando con desparpajo por la ventanilla del autobús. Vestía una prenda hasta las pantorrillas, con cuello, manga al codo y abotonadura delantera, medias opacas, zapatos de tela del mismo color y moño canoso sobre la nuca.
Figuras
como la suya, eran las habituales contemporáneas de nuestras abuelas en los
pueblos de Andalucía. A menudo podían vestir de negro y peinar moño desde la
primera juventud, luego podían encadenar varios lutos sucesivos, y así les
alcanzaba la vejez. Pero ya no es lo habitual encontrarlas por la calle, y
menos aún en aquel lugar. Las ancianas madrileñas que a esas horas suben a los
autobuses de los barrios populares, o que arrastran su carrito entre
aromas de otros mundo por las calles de
Embajadores o Lavapiés, visten de manera muy distinta.
Yo estaba fascinada con esta cita inesperada y no
podía dejar de mirarla. Pero el miedo suele anidar en el desencuentro con lo
diferente. Aunque el autobús iba lleno hasta el pasillo y ella ocupaba un asiento en la parte
delantera con otro libre al lado, observé que nadie ocupó el asiento vacío en
todo el trayecto. Y allí siguió el tiempo del viaje, ajena al desconcierto y
las miradas, observando lo que acontecía tras la ventanilla y moviendo
suavemente los labios como si rezase, indiferente a lo subversivo de su imagen.
Cuando llegamos a Benavente su figura menuda y negra descendió hacia el
bullicio de la mañana madrileña y se
marchó entre la multitud que atravesaba la plaza.
Me atreví a especular sobre sus
circunstancias. Seguramente llegó casi
niña con una de esas familias que iniciada la segunda mitad del siglo XX
emigraron a las periferias de Madrid,
Barcelona y las ciudades industriales del Norte. No hay apenas narrativa, que
relate la experiencia de aquella generación emigrante, entre la posguerra, las
cadenas de montaje, los barrios de chabolas, que en ocasiones protagonizaron
movimientos vecinales míticos como los de
Vallecas en el Pozo del Tío Raimundo, y las madres contra las drogas,
ahora ya casi olvidados y desconocidos para los jóvenes del 15M,
Del luto y el llanto impotente como destino,
al referente como cuestionamiento para intervenir en el mundo: ya que estas vidas envueltas en negro fueron el
grito de las víctimas de Serbia y Palestina, que inspiraron a mediadosdel siglo XX, a un movimiento
internacionalista contra la guerra, "Mujeres de Negro", nombre que evoca la costumbre de aquellas que
en en muchos lugares a orillas del Mediterráneo, vestían toda una vida de
negro, a menudo de luto por las víctimas de alguna guerra, las más de las veces
testimonio por la ausencia de vidas anónima. Cuerpos
envueltos en negro permanente, para significar con los propios días, las vidas
que no importa
Septiembre de 2014 en el tren desde Atocha a
Jaén