El lugar donde me ha citado para comer una joven amiga es toda una carta de presentación del entorno. Sobre una decoración con elementos arquitectónicos y coloridos propios del Madrid mas castizo, en lo que en otras épocas debió ser taberna de encuentros vecinales, cervezas, y tapeo de callos con morcilla, se superponen los dorados, verdes, pinturas brillantes y otros abalorios de imposibles armonías, en un establecimiento donde ahora puede degustarse comida india.
Barrio popular con memoria antigua de zarzuela, manolas y cigarreras reivindicativas. Hoy un precipitado peculiar de casticismo y mestizaje. En la década de los 80 había entrado ya en tal declive y deterioro urbano que solo la gente mayor parecía resistirse a abandonarlo. Fue entonces descubierto por el movimiento okupa y jóvenes con escasos recursos. Se convirtió en el barrio con mayor densidad de casas ocupadas de Madrid y donde se organizaron las primeras experiencias del movimiento. Aún hoy, me sigue contando mi interlocutora, Lavapies tiene un buen número de centros sociales okupados y un vivo tejido asociativo. Luego llegaron cientos de inmigrantes, y con ellos los restaurantes y locales de diversos colores y sabores.
Será la mirada provinciana que no es capaz de desvelar todo el escenario. Será el romanticismo desenfocado de quien solo llega aquí de paso y no tiene que confrontar la dureza con mil y una contradicciones de la vida cotidiana. Será que hemos eludido adentrarnos por calles mas allá de los ejes principales, o será tal vez este sol suave en grata compañía que quisiera anticipar un otoño acogedor y te invita a indagar relatos amables con las sugerencias de la gente que circula por la plaza. Pero se me ocurre que hay lugares en Madrid que no se parecen nada a los sueños de su clase política mas votadas.
Locutorio en una antigua peluquería |