jueves, 12 de abril de 2018

Insumisa en la sala de espera



Es una práctica ya habitual de cada vez mayor número de servicios, insistir a sus clientes en la variadas posibilidades de hacer una operación online, y las múltiples ventajas que conllevan. En realidad, gracias a la innovación tecnológica, cada vez que nos sentamos delante de un ordenador para gestionarnos alguna cuestión relacionada con nuestra cuenta bancaria, o un billete de transporte, estamos haciendo gratis el servicio que hasta hace no mucho tiempo recibíamos en las oficinas atendidas por algún empleado o alguna empleada, y además sin comisiones. Sucede además que colateralmente, de alguna manera, nos convierten en parte cooperante de su próximo expediente de regulación de empleo.
Una de las medidas disuasorias utilizadas sutilmente, está siendo alargar enormemente el tiempo de espera a quienes insisten en acudir a las oficinas para hacer trámites de manera presencial. De tal forma que quienes desistieron hace tiempo de sacar billetes de tren, bus, avión, hacer la declaración de la renta o una transferencia bancaria, o pedir cita médica, en ventanilla, terminan sumando una jornada laboral gratis cada cierto tiempo. Al otro lado de la mesa ya no está un trabajador. El neoliberalismo digital innova cada día para extender la igualdad. Ahora el trabajo doméstico, gratuito, invisible y sin seguridad social, ni pensión, que el movimiento feminista vienen denunciando desde las últimas décadas del siglo pasado, hace tiempo que desbordó la esfera de los cuidados familiares y amplia el campo.
Esa mañana, en una moderna oficina del centro, mientras varias personas esperaban su turno, un hombre entrado en años se ha acercado a la pantallita de un ordenador en forma de atril que recibe a los clientes y le ofrece la posibilidad de sacar número para su próxima gestión presencial, o bien solicitar cita para el día siguiente.
Después de varios intentos fallidos con aviso de "Documento incorrecto, teclee de nuevo" en pantalla, ha llamado a una empleada para que le ayudase a obtener el ticket de la máquina de citas. Ella, para atenderlo ha debido dejar su mesa, donde por cierto, el trabajo, a medida que la sucursal innovaba en sofisticación técnica, se ha ido volviendo mas intensivo, hasta casi desparecer el tiempo para la sonrisa y el saludo que antes dedicaba a los clientes - ¿Que va hacer usted?- , le ha preguntado amablemente, mientras tecleaba en la pantalla el DNI del cliente -"Sacar dinero y hacer una transferencia" -"¿Y no tiene usted una tarjeta para el cajero? - "Ni la tengo ni la pienso tener", le ha respondido contundente aquel, y una vez obtenido, con ayuda de la amable trabajadora, su ticket con el turno correspondiente se ha sentado en un pequeño sofá de espera, convenientemente colocado frente a una gran mosaico luminoso, por el que van desfilando de tres en tres o de cuatro en cuatro, en pequeñas pantallas blancas rectangulares agrupadas en torno a una gran pantalla central, los turnos de llamada con el número de ventanilla a la que deben dirigirse los clientes en espera. De tanto en tanto, suena una señal y estos deben levantar la mirada hacia el gran mosaico luminoso para comprobar si toca ya su turno. El campo de visión están fuertemente acotado por dos paneles laterales de vivos colores, así que, inevitablemente, cada vez que levantan la vista hacia el panel luminoso para comprobar turno, deben mirar la gran pantalla central por donde incansablemente desfilan sugerentes imágenes que explican como pueden hacerse una misma las gestiones online, y los insospechados efectos y sensaciones que experimentaremos con tamaña tarea. Mientras, el tiempo de espera se alarga. Todo parece estar perfectamente estudiado para que los pertinaces clientes que insisten en acudir a la oficina a realizar trámites de forma presencial, como es el caso del que esa mañana asegura no tener intención de usar el cajero, desistan de hacerlo la próxima vez.
He aquí, que de pronto sucede el imprevisto que tanto teme todo fabricante de rutinas algorítmicas. El hombre, una vez acomodado en el sofá, ha abierto una bolsa que tiene en la mano, y de ella ha sacado una gafas de lectura y un libro -"¡Perdonen..! ¿Quién de ustedes tiene el CA025?"- -"Yo"- ha respondido el joven sentado en el mismo sofá, que espera turno mirando videojuegos en el móvil. "-¡Bien, no tengo prisa, detrás de usted voy yo!"- le ha respondido resuelto el insumiso a los cajeros automáticos. A continuación se ha calado las gafas, ha abierto el libro y se ha sumergido en la lectura, dejando claro que tampoco consultará los atractivos paneles luminosos con letras negras sobre fondo blanco, para comprobar si es su turno. "ANA KARERINA. Leon Tolstoy" han podido leer el resto de clientes, escrito en el lomo oscuro del libro, antes de volver al mosaico digital por donde desfilan los turnos de llamada, junto a las atractivas imágenes invitando al "háztelo tú mismo" online y "evite esperas la próxima vez"

Jaén 12 de abril de 2018