Es una práctica ya
habitual de cada vez mayor número de servicios, insistir a sus
clientes en la variadas posibilidades de hacer una operación online,
y las múltiples ventajas que conllevan. En realidad, gracias a la
innovación tecnológica, cada vez que nos sentamos delante de un
ordenador para gestionarnos alguna cuestión relacionada con nuestra
cuenta bancaria, o un billete de transporte, estamos haciendo gratis
el servicio que hasta hace no mucho tiempo recibíamos en las
oficinas atendidas por algún empleado o alguna empleada, y además
sin comisiones. Sucede además que colateralmente, de alguna manera,
nos convierten en parte cooperante de su próximo expediente de
regulación de empleo.
Una de las medidas
disuasorias utilizadas sutilmente, está siendo alargar enormemente
el tiempo de espera a quienes insisten en acudir a las oficinas para
hacer trámites de manera presencial. De tal forma que quienes
desistieron hace tiempo de sacar billetes de tren, bus, avión, hacer
la declaración de la renta o una transferencia bancaria, o pedir
cita médica, en ventanilla, terminan sumando una jornada laboral
gratis cada cierto tiempo. Al otro lado de la mesa ya no está un
trabajador. El neoliberalismo digital innova cada día para extender
la igualdad. Ahora el trabajo doméstico, gratuito, invisible y sin
seguridad social, ni pensión, que el movimiento feminista vienen
denunciando desde las últimas décadas del siglo pasado, hace tiempo
que desbordó la esfera de los cuidados familiares y amplia el campo.
Esa mañana, en una moderna oficina del
centro, mientras varias personas esperaban su turno, un hombre
entrado en años se ha acercado a la pantallita de un ordenador en
forma de atril que recibe a los clientes y le ofrece la posibilidad
de sacar número para su próxima gestión presencial, o bien
solicitar cita para el día siguiente.
Después de varios
intentos fallidos con aviso de "Documento incorrecto, teclee de
nuevo" en pantalla, ha llamado a una empleada para que le
ayudase a obtener el ticket de la máquina de citas. Ella, para
atenderlo ha debido dejar su mesa, donde por cierto, el trabajo, a
medida que la sucursal innovaba en sofisticación técnica, se ha ido
volviendo mas intensivo, hasta casi desparecer el tiempo para la
sonrisa y el saludo que antes dedicaba a los clientes - ¿Que va
hacer usted?- , le ha preguntado amablemente, mientras tecleaba en la
pantalla el DNI del cliente -"Sacar dinero y hacer una
transferencia" -"¿Y no tiene usted una tarjeta para el
cajero? - "Ni la tengo ni la pienso tener", le ha
respondido contundente aquel, y una vez obtenido, con ayuda de la
amable trabajadora, su ticket con el turno correspondiente se ha
sentado en un pequeño sofá de espera, convenientemente colocado
frente a una gran mosaico luminoso, por el que van desfilando de tres
en tres o de cuatro en cuatro, en pequeñas pantallas blancas
rectangulares agrupadas en torno a una gran pantalla central, los
turnos de llamada con el número de ventanilla a la que deben
dirigirse los clientes en espera. De tanto en tanto, suena una señal
y estos deben levantar la mirada hacia el gran mosaico luminoso para
comprobar si toca ya su turno. El campo de visión están fuertemente
acotado por dos paneles laterales de vivos colores, así que,
inevitablemente, cada vez que levantan la vista hacia el panel
luminoso para comprobar turno, deben mirar la gran pantalla central
por donde incansablemente desfilan sugerentes imágenes que explican
como pueden hacerse una misma las gestiones online, y los
insospechados efectos y sensaciones que experimentaremos con tamaña
tarea. Mientras, el tiempo de espera se alarga. Todo parece estar
perfectamente estudiado para que los pertinaces clientes que insisten
en acudir a la oficina a realizar trámites de forma presencial, como
es el caso del que esa mañana asegura no tener intención de usar el
cajero, desistan de hacerlo la próxima vez.
He aquí, que de pronto
sucede el imprevisto que tanto teme todo fabricante de rutinas
algorítmicas. El hombre, una vez acomodado en el sofá, ha abierto
una bolsa que tiene en la mano, y de ella ha sacado una gafas de
lectura y un libro -"¡Perdonen..! ¿Quién de ustedes tiene el
CA025?"- -"Yo"- ha respondido el joven sentado en el
mismo sofá, que espera turno mirando videojuegos en el móvil.
"-¡Bien, no tengo prisa, detrás de usted voy yo!"- le ha
respondido resuelto el insumiso a los cajeros automáticos. A
continuación se ha calado las gafas, ha abierto el libro y se ha
sumergido en la lectura, dejando claro que tampoco consultará los atractivos paneles luminosos con letras negras sobre fondo blanco, para
comprobar si es su turno. "ANA KARERINA. Leon Tolstoy" han
podido leer el resto de clientes, escrito en el lomo oscuro del
libro, antes de volver al mosaico digital por donde desfilan los
turnos de llamada, junto a las atractivas imágenes invitando al
"háztelo tú mismo" online y "evite esperas la
próxima vez"
Jaén 12 de abril de 2018
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