viernes, 20 de julio de 2018

La moto


Aparcada en el borde de la calzada, vestida con ropa ajena, era evidente que tenía un significado especial para su propietario. La herencia del abuelo que “quería conservar a toda costa”, había murmurado mientras inspeccionaba el asalto nocturno al depósito de la gasolina. Una vieja moto envuelta cuidadosamente en una sábana blanca también envejecida, testimonio del mimo que a menudo presta la gente humilde a sus pertenencias. Extraño envoltorio distorsionando de manera extraña el asfalto urbano, y afirmando la voluntad del recuerdo al abuelo desaparecido, quién sabe si en su vida tan disfuncional al contexto como el propio embalaje que ahora cuidaba su moto.

 

 

En la escena entra una mujer joven menuda, muy delgada, casi una niña, con tres criaturas revoloteando a su a su lado y la cuarta empujando hacia el mundo en su vientre. Las dos niñas y el niño se ven alegres, limpios, aparentemente bien alimentados y correctamente atendidos. Hay modestia y dignidad en todo lo que acompaña a la familia, habitantes amables de uno de los inmuebles mas modestos de la calle. No se percibe al menos huellas de la deriva hacia las cunetas vitales que lastra a muchos sobrevivientes de las clases precarias urbanas.

 

 

La niña mayor ha empezado a acariciar al perrito blanco y rápidamente se le acerca dispuesta a abrazarlo, también lo hace la bebé de pasos tambaleantes. Su gesto, le ayuda a detenerse y entablar un breve diálogo con las niñas y la madre. Mientras, el padre sigue murmurando improperios contra el desalmado que suele acudir por la noches a llevarse los “dos euros” de gasolina que tiene en el deposito: Los pobres maltratándose unos a otros, al son que marca la bacanal de los poderosos.

 

 

Desde esa tarde todos los días se saludan y conversan cuando se cruzan en la acera. Hace un tiempo que los observa en sus idas y venidas solitarias por esa calle. Debieron mudarse aquí no hace mucho. No los conoce, pero a veces, mirando a la chica le ha asaltado la ternura y luego una inquietud difusa, consciente de las incertidumbres que acechan a una joven madre precaria con tres hijos pequeños y el cuarto en camino hacia una ciudad empobrecida como la que habita.

 

 

La tarde de julio, se mueve solitaria y calurosa, al ritmo lento del verano. En el barrio se percibe la ausencia temporal de las familias que cada año se marchan empujadas por el calor a “Los Puentes” y las ausencias mas permanentes de los jóvenes de clase media que llevan años emigrando.

 

 

El encuentro con la joven pareja y sus tres pequeños, rememora la inquietud sobre los nuevos habitantes que ha encontrado en los últimos tiempos durante su incursiones por los rincones de la ciudad, inquietud por el conflicto latente y las incertidumbres que pueblan sus vidas.

 

 

Siente ahora disolverse la preocupación en el aire suave de la tarde, devolviéndole una especie de paz afable a modo de profecía sin alas de los nadie: “Nada saben de mí vuestros sueños, pero siempre os he sido fiel”. Luego, le sucede el tiempo esquivo de un interrogante en forma de esperanza contradictoria: Quizás es aún tiempo..., quizás aún, en la erosión silenciosa de los días sin nombre, anide algo hermoso que podamos construir juntos.

 

15 de Julio 2018

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