miércoles, 26 de octubre de 2011

Compartiendo lecturas


Las Otras Madres (1)
Michele Murgia
“Pido perdón, pero a los veinte años, con las zapatillas de tenis nuevas y la arrogancia de quien sabe que en aquel preciso momento no pasará nada, yo también soñé que tenía un hijo varón. En el sueño tenía el pelo oscuro y lo paría con dificultad, ya que a los vente años los dramas son todos deseables, el dolor es un colorete vital que realza el encanto y las lágrimas lo esparcen por las mejillas.
La escenografía de aquel parto me ha venido a la mente mil veces y el sufrimiento era una forma de elegancia, el sublime matiz de una verdadera maternidad.
No había hombre que hiciera de padre, no es necesario ninguno para parir con dolor.
En el mundo hecho añicos de mis veinte años, el único padre pronunciable era el Padre Nuestro, al que se rezaba con la confianza inconsciente de quien aún no se ha sentido obligado a algún sacrificio.
En el mundo hecho añicos de mis veinte años, creía haber nacido con una sola cosa adquirida: el instinto materno, la vocación de ser vientre, como las jarras de aceite de almacén.
En el mundo hecho añicos de mis veinte años, no tenía que buscar algún motivo para existir, me habría bastado con encontrar un para quién hacerlo. Esposa de alguien, madre de quienquiera que fuese, yo no sabía qué era tener vocación para ser yo misma.
Pero cuando pasan los veinte años, un hijo deja de ser asunto de un sueño y se convierte en un acto subversivo. Después de los treinta años, todos somos sobrevivientes y los hijos de los sobrevivientes son embarazos con riesgo aunque no los tengas o sólo lo pienses, porque no hay deseos que puedan denominarse inocentes. Cuando se comprende que el horizonte es sólo otra forma de decir límite, toda posibilidad se convierte en una arriesgada tensión utópica.
En aquella fase, aunque deba ser un hijo, no puede ser ya macho.
Será hembra y no tendrá una mirada fácil.
Querrá saber.
Sentada en mis rodillas me preguntará quién es y quiénes somos, y mis respuestas no mataran sus preguntas. Para que no le venga la enfermedad de los hijos únicos, creerse la única medida de sí mismos, pariré para ella los recuerdos del futuro y las profecías del pasado, en un tiempo sin diferencias, donde poder ser ya lo que seremos. Mi hija se convertirá en recuerdo antes de ser proyecto y acogerá el presente como si fuera una siembra heredada.
No se adormecerá con los dibujos animados, no. Yo le cantaré una nana para que siga despierta, una nana para que no cierre los ojos, porque hemos dormido ya tanto, demasiado, mientras otros convertían nuestros sueños en pesadillas reales.
Será una música lo que nos identifique y cantaré sobre la historia que no hemos visto, que ocurría como algo ajeno a nosotras, cuando la venda se convierte en bandera y olvidamos de que fuimos reinas.
Le hablaré de cuando nosotros descubrimos el mar que llamábamos nostrum, mientras se coloreaba de velas de color azafrán.
Nosotras, sollozando odio decidiendo hacer la guerra.
Nosotras, criando hijos endebles, para ser de adultos su única fuerza.
Nosotras, decidiendo a qué varón, hombre o niño, dar el pecho y lo que eso significa.
Nosotras, sanando desde la tierra el sol y la luna con danzas a pasos cortos en círculo ¡Cuantos han deseado ser noche, para ver fluir nuestros cabellos al ritmo de una flauta dulce de caña! Éramos nosotras las que recogíamos las hierbas para curar o matar, para aturdir y aplacar, para hacer el amor o la sopa. Nosotras conocíamos los secretos de los prados y los prados conocían el nuestro. Éramos sacerdotisas, voces proféticas, reinas de castillos de basalto, señoras de lana vasta, muro, despensa y manta.
En aquel mundo, ninguna era puta.
Éramos nosotras, y mi hija lo sabrá, cuando juegue en el patio de una casa de tres generaciones, aprendiendo que pedir perdón es la única forma de dar órdenes en tiempos de paz.
Nosotras, cargando en carnaval con las faldas de brocado de nuestras abuelas, las camisas taraceadas a mano y los pañuelos de seda con flecos, maravilladas y felices de representar una tradición, con nuestra propia máscara sobre el rostro.
Nosotras, bendiciendo a los hijos con uniformes militares que partían de nuevo para Kosovo, Irak y Afganistán, desesperados por salir del lugar dónde nacieron involuntariamente hombres, hacia cualquier otro sitio donde pudiesen ser voluntariamente soldados.
Éramos nosotras las madres embarazadas de 0,5 hijos por cabeza, corazones con una baja tasa de fertilidad. Madres ajenas o sólo otras madres, heridas, rehenes, asesinadas, precarias, solas y mal acompañadas.
Estará callada y quizás no llegue a creer que también aquellas éramos nosotras.
Pero yo se lo contaré de todos modos, porque para una madre toda mentira es un aborto, todo sacrificio de la memoria es una rubéola del alma que crea hijos deformes dentro, incapaces de recordar, con un bajo cociente de libertad. La alimentaré con palabras importantes, con aquellas palabras que existen para dotarlas del peso que nosotras solas no somos capaces de llevar.
Yo no callaré y ella me escuchará.
Y quizás un día, cuando parezca que el cordón umbilical se ha cortado, ella volverá a mí en el hilo de una historia y recordando aquel relato entenderá que en la vida no se nace una sola vez.
Aquel día gritaremos nuestro nombre por entero y contar no será nunca más un juego infantil”.


(1) Nota biográfica (ntd)
Michela Murgia es una joven escritora sarda (italiana de la isla de Cerdeña) que en 2006 publicó su primer libro “El mundo debe saber”, concebido como un blog en el que describe satíricamente la realidad de los trabajadores de un telemarketing en un call center de una importante multinacional, la explotación económica y la manipulación psicológica a los que son sometidos los trabajadores precarios de este sector. El libro nace de una experiencia personal y ha sido llevado al teatro por David Emmer y ha inspirado la película “Toda la vida por delante” de Paolo Virzì.
De formación católica, fué educadora y animadora de “Acción Católica” en la organización juvenil regional. Antes de dedicarse a la escritura trabajó como vendedora de multipropiedades, operadora fiscal, dirigente administrativa en una central termoeléctrica y portera de noche.
Tiene un blog titulado “Il Mio Sinis” en el que describe, también con fotografías, la península del Sinis.
En mayo de 2008 publicó “Viaje a Cerdeña”, una guía a los lugares menos explorados de la isla.
En mayo de 2009 publicó la novela “Acabadora” ( publicada en castellano en 2011 por la editorial Salamandra, con traducción de Teresa Clavel Lledó), obteniendo el premio Dessì de la sección narrativa en septiembre de 2009, el SuperMondello y el Campello en 2010.
En 2011 ha publicado “Ave Mary. Y la iglesia inventó a la mujer” en la editorial Einaudi.
Puedes escuchar la lectura del fragmento que ahora ponemos tus manos, en italiano, que haca Michela Murgia en por la autora en
http://www.youtube.com/watch?v=XfE1z_SqeNk.
Traduce y anota konkreto para blog mariadoloresnieto.blogspot.com/ “Causas y flores” cumpliendo una promesa.

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