martes, 26 de abril de 2011

En el 25 aniversario de Chernóbil




El poder del átomo lo ha cambiado todo menos
 nuestra forma de pensar, si seguimos así nos precipitamos
 hacia una catástrofe sin igual

Albert Einstein.

La última voz que se oirá antes de que el mundo perezca será
la de un experto asegurando que eso es completamente imposible

Peter Ustinov


Ocurrió hace 25 años, lo que tantos expertos y sobre todo muchos interesados del poderoso lobby pro-nuclear negaban como posibilidad, un día ocurrió  y la tecnología nuclear se reveló como lo que siempre había sido y el movimiento ecologista venía advirtiendo sin éxito: una  declaración de guerra contra la vida. Chernobil fue catalogado como el peor accidente nuclear de la historia. El radiólogo Shapiro advirtió en aquellos días “El mundo debe saber que en Bielorrusia esta teniendo  lugar un genocidio nuclear” (1).  Unos dos millones de personas fueron contaminadas. Centenares de pueblos, aldeas,  bosques, plantas y animales, sucumbieron a una oleada de muerte que avanzaba silenciosa para  el ser humano, que no detecta directamente la radioactividad.

El médico Robert Gale describía en un diario de la época el escenario meses después de la catástrofe: Los animales de la zona de muerte están abandonados a su suerte. Los alces y los jabalíes han muerto, al igual que las aves. Por eso los bosques cercanos a Chernóbil están tan silenciosos. El accidente nuclear ha borrado de la faz de la tierra incluso las ratas que, debilitadas, han ido sucumbiendo a las enfermedades infecciosas que en otras condiciones no les afectan. El aspecto de los bosques ha sufrido una transformación espeluznante. Los pinos y los abetos irradian auras de color rosa. Entre los matorrales crecen extrañas plantas sin nombre, producto de las malformaciones. Muchos árboles han muerto. Otros parecen explotar: crecen diez veces mas deprisa que antes, pero su madera es extraña y quebradiza…"(2).   

Hoy sabemos que el impacto de la nube radioactiva se extendió por toda Europa. Pero veinticinco años después del accidente, la amenaza nuclear se había vuelto de nuevo difusa en la preocupaciones de la gente. De nuevo ofrecida como el mal menor frente a otras amenazas, como el desempleo, o el fantasma de la penuria energética.  Los expertos de la industria nuclear,   afirmaron que un accidente como aquel ya no podía volver a ocurrir,  y que las nuevas  centrales disponían de medios técnicos para impedir el vertido de material radioactivo. Hasta que nuevamente sucedió la hipótesis mas improbable, esta vez en Fukushima. Una oportunidad para seguir mejorando, continúan aun afirmando  expertos y demás minimizadores profesionales de los gobiernos. Pero  si descartamos su utilidad para otra industria mortífera, la de los señores de la  guerra, la energía nuclear no es ni necesaria, ni mucho menos segura y el impacto que cada accidente deja será una huella de cientos y hasta miles de años.

El de Fukushima pone de nuevo muerte y contaminación en un planeta afectado ya de una grave crisis ecológica. No voy a insistir sobre los engaños de la industria nuclear, por mezquinos que sean, su eficacia dependerá de nosotras y nosotros, de la credibilidad o la indiferencia que decidamos otorgarles. A estas alturas de la crisis ecológica y la evidencia del peligro nuclear, la cuestión es si las generaciones que hoy habitamos la tierra, nos decidimos por un compromiso activo con las generaciones venideras para transmitirles el legado natural que hemos  recibido, o  asumiremos de nuevo, tan pasivamente como cómplices, la hipótesis del riesgo improbable que ofrecen tantos mercaderes de la muerte.  Somos nosotros y nosotras mismas quienes olvidamos y dejamos que olviden, que hemos tomado esta tierra prestada de nuestras hijas e  hijos, que mas que nunca urge una conciencia del límite. Vivir sin degradarnos a nosotros mismos y a nuestro entorno.

La opción por un determinado modelo energético, y por la sobre explotación de recursos naturales son parte de un modelo de producción, de vida y consumo que  condena también a la sobre explotación a  millones de seres humanos a cuenta de los beneficios de una minoría. La crisis ecológica hoy se entrelaza con una grave crisis económica, y es legítima la ira de la gente hacia los  políticos. La cuestión es si mas allá del reproche autosatisfecho, seremos capaces de movilizarnos  y movilizar para construir capacidad de transformación,  de justicia ecológica y justicia económica, con la humanidad que hoy habita la tierra y con la humanidad futura.

Jaén 26 de abril de 2011

(1) (2) Pensar con el corazón. P. Kelly

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